sábado, 26 de septiembre de 2015

25032014

Era la tarde del primero de Septiembre y sentía una mayor alegría que de costumbre. El clima pintaba excelente, sin duda había mejorado desde la semana pasada con las crueles ventiscas y lluvias que no daban ni un minuto de paz durante las horas de sol. El día no había podido haber transcurrido de mejor manera en la oficina y en la Cámara. Y sabía que mañana sería mejor.

Usualmente era el último en irse del edificio, por lo que le extrañó ver una luz aún encendida al fondo del pasillo. Más inusual se volvió el asunto cuando al irse acercando se dio cuenta que la luz provenía del despacho del, para entonces ya ex senador, Padilla Peña.

Al principio supuso que el lugar estaba vacío, y que alguien simplemente había olvidado apagar la luz, así que se dispuso a apagarla.

Pero al estar a unos cuantos metros, escuchó claramente el sonido de hojas de papel siendo acomodadas.

Ingente fue su sorpresa al encontrar dentro al mismísimo político revisando y acomodando documentos.

Empezaron a hablar, primero una conversación un tanto más protocolaria, con despedidas, agradecimientos y buenos deseos dirigidos para el ex legislador, pero al ver que estaba de tan buen humor, fue seguida de un coloquio menos incómodo.

El ex procurador se notaba cansado; pero no con el cansancio de quien ha estado revisando y archivando escritos por muchas horas, sino con el cansancio de estar harto, hastiado. Con el cansancio de Sísifo. Y con cada una de sus palabras se percibía más desgastado.

A pesar de lo casual que era la charla, para un político de su experiencia era imposible abandonar el formalismo al hablar. Para ambos lo era.

Y también era prohibido hablar de trabajo si no era sobre un proyecto futuro; o un comentario gracioso si se trataba de algo ya hecho. Nunca razones, nunca porqués.


A pesar de sus limitaciones conversacionales, el político ya retirado dijo: - Ahora es tu turno, ¿lo sabes? Ya sabes cómo hacerlas, pero ahora tienes que entender por qué así. ¿Te la has preguntado? - 
Negó con la cabeza desubicado y sin entender muy bien.
- Por la misma razón que el fontanero usa cinta permeable al hacer una instalación. Por la misma razón...
¿Lo entiendes? Tenemos que protegernos, somos las dos caras de una moneda, nosotros decimos y ellos tienen que explicar. -

Una mueca de asco siguió a las palabras de Padilla Peña. El político se despidió repentinamente con premura y se marchó. 

Lo contempló mientras se alejaba, hasta que su silueta se volvió minúscula para luego desaparecer. Y se quedó un rato más contemplando la ausencia del hombre.

Mientras salía del edificio recordó que al empezar a trabajar ahí, unos cuantos años antes, su deseo era mejorar todo, hacerlo fácil, accesible. Pero en algún punto había olvidado su meta y sólo había hecho más de lo mismo que en un principio había buscado combatir. Suspiró y reflexionó por un instante.

No se arrepintió de nada y, ahora, después de reflexionarlo tanto, lo entendía bien.



Naranja.

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